Aprovechando que últimamente no coincido con nadie entre semana, decidí coger el tren y empezar desde Vilanova.
Pasajeros al tren
El recorrido lo tenía claro, Pantano y Ventoses, la vuelta por decidir. A la inversa, por Vilafranca, el Vendrell... Pero primero tenía que llegar.
A rueda durante un ratito
En la subida, voy regulando, intentando llevar un ritmo más o menos constante e ir alto de cadencia. Por todo ello sufro como un perro. Bueno, en términos generales a la que pica para arriba mi tendencia innata es a sufrir.
Otras Ventoses a la saca
La bajada al final por el Vendrell. Circular en paralelo al tren tiene su peligro, es una tentación, sobretodo si esa misma mañana te plantaste en Vilanova en 25 minutos sin despeinarte. Pero ahí seguimos, forjando el espíritu randonneur en cada pedalada.
La subida a Begues, otra tortura cotidiana
En la grupeta ha aparecido un nuevo virus. Responde al nombre de STRAVA y para estrenarlo el viernes y empezar con la guerra psicológica, me hice la Vuelta, un recorrido circular de unos 70 km y para acabar de rematarlo, le puse un Begues como guinda.
Las rectas infinitas con viento de cara son...
Y una vez agitado el avispero con mensajes, retos y desafíos, hoy a pesar del viento que soplaba fuerte y con ganas, he repetido.Esta vez con la Canyon, que recogí ayer del mecánico después de que besara el suelo el lunes.
Quería comprobar la diferencia de sensaciones y de velocidad entre una y otra, pero con Eolo dándolo todo, me he limitado a agachar la cabeza, agarrar el manillar con fuerza y pedalear.
En cuanto llego a Begues e inicio la bajada, me pasa lo de siempre. Sin exagerar habría más de 150 ciclistas en sentido contrario. Parece que voy al revés del mundo. En la rotonda de Gavá, botonazo al Sigma y para arriba a rematar la faena. Con el día tan gris, a la que caigan cuatro gotas media vuelta.
Pasando el Cañón Colorado me adelanta uno al que vi bajar no hace mucho. "Me engancho o no me engancho" pienso. Pues sí, llevo casi tres horas en solitario y que alguien tape el aire y tire de mí, es de agradecer. Empezamos a hablar casi sin darnos cuenta por que él estaba igual de agobiado que yo, era la SEXTA!!! vez en el día que subía el puerto.
El año pasado yo lo subí tres veces y ya me pareció una tortura de la Inquisición, así que no me extraña que estuviera loco por charlar con alguien.